Os dejo los tres micorrelatos míos que han aparecido publicados en el número de enero de la revista Narrativas. Si queréis leer unos cuantos más, podéis hacerlo aquí.


Perdida en el laberinto

Las conversaciones de ascensor la ponían nerviosa, y el mundo le resultaba extraño la mayor parte del tiempo. La otra parte, simplemente, no era consciente de estar en él.

Estaba cansada de explicar lo que ella misma no entendía, de justificarse. Nada parecía tener sentido, sobre todo aquello que todos daban por sentado que lo tenía. Los encuentros con el espejo solían resultar desconcertantes, por lo que acordaron evitarse mutuamente. No sabía caminar si no era tropezándose con las piedras, y cuando pisaba un charco a veces sentía que se ahogaba. A diario trataba de hacer las paces con lo conocido, pero lo desconocido siempre terminaba por ganar la partida. Hacía tiempo que había perdido la esperanza de encontrar el hilo para salir del laberinto. Cuando se tumbaba en la cama y cerraba los ojos, dejando a su mente deambular libremente, se sentía infinita. Y aunque la noche parecía la excusa perfecta para huir de la realidad, el sueño siempre acababa traicionándola.

Dudaba de sí misma más que de nada, y no había pensamiento que no pusiera en cuarentena. Lo que más miedo le daba no era el no entender, sino el pensar que comprendía algo cuando no era así. El levantar la voz por las razones de otros. El traicionarse sin saberlo. Pero, a pesar de todo, estaba dispuesta a seguir caminando. Y eso debía contar para algo. 


Sin tregua

Las lágrimas recorrían sus mejillas sin darle el menor respiro. No había consuelo ni esperanza. Trataba de olvidar sin éxito, siempre ahogándose en los recuerdos, imaginando vidas no vividas por culpa de decisiones equivocadas. Se repetía mentiras nada más despertarse, por mucho que sabía que ya no era capaz de creerse ninguna. Ya no había motivos, ni respuestas para las infinitas preguntas. En aquellos escasos momentos en que no sentía la soledad como un castigo era, a veces,  capaz de ver un poco de luz a través de las cortinas. Incluso de sentir el sol en la cara y el viento en el pelo. Pero entonces despertaba, cubierta de sudor, sin más opción que la de volver a mirar de frente a la realidad, hasta que una de las dos ganara la partida. Aunque quizás ya estaba ganada.


Recordarla

Recordaba el desastre de su pelo al levantarse y la forma en que echaba la mantequilla en las tostadas. Recordaba aquella risa descontrolada, que en cualquier otra persona le hubiera resultado molesta. Recordaba los enfados que tenía consigo misma, y las lágrimas que con el tiempo había aprendido a compartir con él. Recordaba las mañanas de domingo, las confesiones de madrugada, y la ropa sucia en el suelo de la habitación.

Y la recordaba a ella. Recordaba su pelo, sus ojos, y su sonrisa. Pero sobre todo recordaba una nota de despedida en la que no había escrito un adiós, y lo mucho que dolía el recordarla.


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